martes, 25 de febrero de 2020

Tres menos cuarto

Preferiría salir por la parte de atrás,
atravesando los aparcamientos,
que por aquí delante,
la puerta roja y vieja y usada
de todos, usada de mí tantos años,
tantas tardes borrosas salvo por el recuerdo
por que prefiero no salir por aquí.

Era muy joven, muy lista,
muy poco lista aún,
y vi el cuerpo alto y robusto,
la camisa blanca, la nariz grande,
esos ojos lúbricos e inteligentes
y quise hacer que no vi en lugar de acercarme
y saludar a mi abuelo,
y abrazar a mi abuelo
sólo por andar con mis amigos unos metros,
y de mi abuelo tengo un almacén repleto
de instantes y seguridades
vividas fuera del tiempo,
soles y andanzas y siglos completos,
pero aquella vez hice que no vi
y realmente no vi lo que hoy sí veo.

Por aquí salía también siempre rezagada
y andaba un poco y al girar me encontraba
mi madre azul, viva y sonriente
con mi merienda, de pie junto al coche viejo,
y traía para mis mejillas preparado un beso,
y ella decidía que no había prisas
con la tarde siempre llena,
y es un recuerdo bello como el día,
y no tiene importancia, es otro avatar del duelo:
así pincha mi carne como una antena hiere al cielo.

jueves, 20 de febrero de 2020

Al ídolo

Me atreví en la puerta del estudio y dije: "sé que no,
pero me preguntaba si quizás haríamos el amor,
hacer el amor en el sentido de inventarlo,
yo te conozco y tú a mí, lo contrario.
Y desde que digas sí prometo profesártelo,
pensar en ti con mis versos de anonimato,
sufrir por no existir mientras dure el estrellato.
Y después, en la madurez,
cuando el público ya olvide tu éxito diario
y envejecidos les haya arrastrado lo cotidiano
tal vez recuerdes el lazo que hoy creamos
si hacemos en amor en el sentido de inventarlo,
quizás vuelvas y podamos
rehacerlo y disfrutarlo,
si confeccionamos esta noche
un amanecer extraordinario".

miércoles, 12 de febrero de 2020

Collar de espinas

Tenía un amigo que terminó convencido de veras
de que la espina era en la flor la parte bella,
y era su sangre que al pétalo daba color,
como si reescribiera en su pena cierto mito de amor.

Se cumplió su profecía de terminar solo al fin,
no sé si solo del todo,
sé que solo de mí,
pero en su obsesión punzante creo que entendió
y persiguió aquel lado se sí,
que no era la rosa la que hacía el corte,
era el Narciso pintado de odio carmín.

A veces lo veo un futuro tan claro...
Me quiebro en la impotencia de no saber evitarlo.
Tal vez esté la diferencia
(tampoco quiero excusarme)
en que él se suicidaba en su triste donaire
y si me muero yo será
abrazando hasta desangrarme.

lunes, 10 de febrero de 2020

Microrrelato-s (III)

Disculpen mi mala lengua aquí: tiene un propósito.

HIJITO MÍO: La primera palabra que me dijo mi niño, en vez de "mamá", fue "puta", y tenía razón el hijo de puta.


ESA BOCA: Me dijo que era un comemierda y yo le respondí que me tratara con respeto, que se dice "coprófago".


COLOFÓN: Lo peor de morir tan joven es que uno se queda con mal sabor de boca, especialmente si la causa ha sido ahogarme en mi propio vómito.


EN LONDRES: Era un mal bicho, pero con humor. Después de acabar conmigo, Jack me dijo: "estás que te sales".


LEYENDA: Quería tener un segundo hijo. Decía la leyenda que, arrojando al pozo algo de valor, se te cumplía un deseo. Naturalmente, lancé al primero.

martes, 4 de febrero de 2020

Sigo sin dormirme

Mama, tú decías que la noche es mal momento para pensar, pero ya me he tomado la píldora para dormir y en este prólogo mi mente centrifuga. Tengo muchas ganas y, en realidad, mucha necesidad de verte, y no quiero sólo un papel con tu imagen, porque me falta tu corporeidad, el sonido de tu voz, tu risa franca y tus ojos rebosantes de inteligencia y de cariño.

Ya ves, la pesadilla se salió del sueño. Pronto hará dos años, y además de la pena tengo el miedo: terror ante los álbumes y la certidumbre de que nunca habrá más fotografías tuyas, parálisis ante toda la vida que me queda en este lado y tú en el otro, pavor por un día enfermar y olvidarme de todo, pánico absoluto por si no vuelvo a encontrarte nunca. Una conversación en el sofá, una de esas tardes leyendo, volver a casa y escuchar tu alegría al oír que llegaba, contarte mi día y todas esas cosas que se me ocurren y que a casi nadie le importan, carcajadas con un chiste nuestro, recordar los viajes y pensar en el próximo (ahí quedó Granada, ahí volver a Disneylandia), y para todas estas cosas, mama, yo sólo tengo la mitad, y el peso dentro del cuello lo tengo entero.

¿Qué hago con estas rumiaciones? Cada día hay una noche y siempre tardo en dormirme y me sobra el tiempo de pensar en la ausencia después de lo bueno, en la muerte y en tu muerte y en el duelo que llevo pegado por dentro. Mama, muchas veces no me bastan los recuerdos. A estas horas cuando lloro me transporto a aquellas otras. Hacía lo mismo, en silencio, atenazada por el horror profundo de que un día se te llevaran a esa parte, y te tenía en el cuarto de al lado y a veces nos acompañamos en el llanto. Tu sitio está vacío; me abrazo a él como entonces contigo. El tiempo pasa, tal vez me aleja o me acerca a ti. Seguro que te gustaría verme ahora. En casi dos años he tenido mucho tiempo para echarte de menos.

lunes, 3 de febrero de 2020

Cuarenta y seis metros cuadrados

Como hay seis espacios en la casa, diremos que paredes hay veinticuatro. En el recibidor hay ciento treinta y tres libros, veintiséis fotografías, la caja de fusibles y una escultura que me llega a las rodillas. Pasamos a la salita que hace las veces de estar y de comedor. Hay un ventanal grande al fondo, pasa a raudales el sol, y cuando llueve se cuela el agua y tiene montada la repisita de madera que hizo mi padre, el balconcito a la medida de Gilda, y debajo está la mesa, que se abre siempre que viene más gente de la que cabe en la casa. El sofá, los cojines, la manta, la mesita de café (tres torrecitas de libros la tienen por morada); delante, el mueble grande y el televisor, el vídeo que está roto, tiradores dorados en cada cajón. La cocina es pequeña, no cabe un alfiler, no sé cómo consigo llenar de platos la encimera cada vez. En la nevera hay imanes, dibujos, papeles que no he decidido si tiraré, la nota de la farmacia de la última vez que me pesé, y en el suelo están los cuencos y el platito en el que de vez en cuando le ponemos jamón. Luego hay una habitación. ¿Habitación pequeña? El piso lo es. ¿Mi habitación? La otra lo es. ¿Mi dormitorio de niña? Si a los dieciocho años era niña... Siguen todos los muebles, la cama abatible está recogida, hay el tendedero, las botellas de agua y zumo y arriba las estanterías y más o menos otros doscientos libros. También toda la luz que viene por el balconcito. En el lavabo hay todo lo que es de esperar: bañera con ducha o ducha con bañera, mármol, espejo grande, pila, cajones y estantes, inodoro, bidé, y en medio ponemos la caja de arena. Y en la habitación (¿grande?), otro balcón igual de chiquito, la cómoda—sobre ella, más fotos, más libros—, la cama doble, las mesitas con sus lámparas a medida. Una hermosa gata blanca que se lame las patas, un chico absurdamente guapo que piensa bien y que me ama, memorias que estallan, toda mi vida pasada. ¿Cómo cabrá un día en las cajas de mudanza?