miércoles, 27 de noviembre de 2019

Nana pía


Toda la noche despierta
estuve a tu lado.

Tus párpados cerrados
como la persiana contra la calle.

Mi sombra lila se casaba
con tu lucidez dormida.

Fue la noche centrifugada:
vueltas en la cama,

vueltas en la mente,
vueltas en la vulva el cuerpo,

vueltas en la casa.
Paseaba ciega

y fatuo te aparecías;
escudriñaba los cajones

y también te encontraba.
Como un mapa a tu sueño

los hilos de la almohada,
como una armada de estrellas

las puntas de tus pestañas.
Tentación sagrada el

olor tras el pijama.
Tuve suerte y estaban

fuera de mi conciencia las arañas.
Hoy no te despiertes,

mejor sueña:
es dactilorosada la que siempre llega.

Viene a las doce la sensación
vivaz de tu mano en la mía,

algodonada en el edredón
reposa tu frente tibia.

Te velo esta madrugada como las sábanas limpias.
Yo me angelo en tus esquinitas.

Respira, suspira, oye las olas del aliento que mira.
Duerme en un bálsamo,

duerme, mi vida.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Lágrimas como alfileres

Recuerdo de la cotidianidad en casa, cuando era un hogar diferente, cuando morabas en ella más allá de en el pensamiento, mama. Siempre me decías que soy muy lenta en el baño, verás tú cuando venga la luz, y te encontraba leyendo en el sofá cuando salía, y me mirabas y arrugabas la boca para que me acercara a que me dieras un beso, y me sonreías con ese candor materno, y yo sentía que cómo ibas tú a llegar a desvanecerte algún día, y seguía viéndote mientras cenaba lo que habías preparado, y a veces me encontrabas mirándote y parecía que te sorprendía. Si te sigo mirando cada día.

Han sido cien pinchazos a la vez desde detrás de los ojos. Padezco aún la congestión del recuerdo, se me agolpa el sentimiento y el dolor se abre paso con su cuchillo indeleble, y todo lo llena hasta que todo lo vacía. Y te quiero mucho, y te voy a querer siempre, y tengo las memorias en un altar puestas, y me da miedo la cronicidad del duelo, porque ya llevamos más de un año y medio y así sigo, mama, a veces creo que con la misma angustia que siempre, la misma sangre herida y la garganta asfixiada por lo irremediable. No quiero que tú te duelas como yo. Anoche pensaba, a Albert se lo decía, que qué sufrimiento guardabas tú sabiendo que el tiempo aquí conmigo se te acababa, sabiendo que te quedabas lejos de mí, y yo lejos de ti. No se me terminan las lágrimas, y tú querías que yo fuera feliz. No quiero angustiarte por continuar sin encontrar el modo. Pesa mucho la existencia, los quehaceres de cada día, la responsabilidad interminable y, entre todo ello, la pena por ti, porque como hoy, recuerdo un momento de alegría y la tristeza viene a empañarla, como yo el espejo del baño, que llevo mucho rato en la ducha y verás tú cuando venga la luz.

He de ir a secarme el cabello. Para las lágrimas, un pañuelo.

La ducha

Ahora, mientras escribo, todavía llevo la toalla en el pelo. Me ha costado dieciséis minutos decidirme ir a lavarme el cabello, tumbada en la cama, inerte por dentro, viendo moverse tan impasiblemente el minutero. No sé cómo, he salido de debajo la manta, no me he detenido sentada, he sido capaz de buscar ropa interior limpia y el pijama.

En casa, para las duchas, nunca se cierra la puerta del lavabo, así Gilda puede ir y venir libremente, sin la extrañeza de qué habrá al otro lado. Normalmente, cuando uno abre el agua, ella ya se marcha, porque no quiere salpicarse, y ya se asomará más tarde a comprobar que las cosas siguen como ella las ha dejado. Hoy se ha quedado conmigo. Yo giraba la maneta del grifo hacia la izquierda y ella, con su delicadeza blanca, olisqueaba mi pijama, se aposentaba con sus maneras nobles sobre la taza del inodoro, no me abandonaba.

No me gusta tener que lavarme el pelo. Tengo mucho y tardo demasiado en mojarlo completamente, en aclararlo bien y en secarlo después. Sin embargo, y siempre ocurre igual, una vez estoy bajo el chorro, necesito quedarme hasta que se acabe el agua caliente (que no es mucho tiempo, porque la caldera es más bien pequeña). Voy siempre ajustando la temperatura a más. El espejo se empaña, el vapor se queda en el cuarto y la piel, a contraluz, humea. Hoy me ha sobrado tiempo después de aclararme bien el cabello y he podido quedarme un rato más, con la maneta completamente hacia la izquierda, hasta que he empezado a notar el frío. Viendo la elegancia de Gilda he pensado que debería escribir sobre ello, sobre sus patitas suaves bien agrupadas bajo su cuerpo y su parpadeo azul y lento.

Se ha ido al salir yo de la ducha. Me gusta también, después del calor del vaho, sentir el frío de la puerta entreabierta. Me transporta a vísperas tranquilas de hace tiempo.

Y así, sin permiso, me han venido a los ojos las lágrimas como alfileres. Era un recuerdo.

lunes, 18 de noviembre de 2019

El cuchitril

Hace mucho, mucho frío fuera ya, y yo siempre llego cuando ya es de noche. ¡Qué suerte he tenido encontrando ese calefactor tan barato! Eso sí, como no puedo gastar mucho, he de escoger enchufar el calefactor o la lámpara, pata que no les venga un facturón a los dueños y me riñan por pasarme. Mientras la habitación se calienta, me pondré el pijama.

Los saludos son siempre escuetos: yo alquilo el cuarto, no la convivencia. "Mañana muy pronto me toca la ducha", me digo a mí misma. Es una suerte que el lavabo y mi habitación estén al lado, así no tengo que molestar pasando por donde estén ellos. Tengo que hacer pis. Dejo que se caliente un poco el dormitorio.

El señor me llama antes de que entre al baño. He recibido correo, me dice, y me tiende en papel del censo electoral. No me había llegado nada al buzón desde las últimas urnas, cuando aún vivía en la calle del Boj, que está aquí al lado. "Muchas gracias por recogerlo". Sonrío, entro al baño, pongo el pestillo. Echo de menos tomarme mi tiempo en el lavabo. Ahora me lavo rápido, uso el váter rápido, me cepillo los dientes rápido, recojo todo rápido. Me siento furtiva. Algún día, cuando los señores salgan al cine o así, me daré una ducha con tiempo... Porque bañarme sigue siendo demasiado lento.

Ya en el cuarto, me pongo el pijama y está todo tibio. Apago el calefactor, enciendo la lámpara, y la cama está deshecha; los zapatos, en el rincón; en el escritorio, los libros que he de devolver a la biblioteca; la mininevera, el microondas tan viejo, mis dos vasos, los cubiertos y tres platos. Los uso y los lavo. Rápido. Puedo usar la libreta tres veces a la semana, y entonces preparo todas las comidas para los siguientes días. La cosa es saber usar bien las sobras. Hoy tengo una patata y restos de carne a la plancha. Qué bien que todavía me quede aceite. He de comprar más, y una lata de lentejas, y un brick de caldo, y champú, y no sé qué más. Con cinco minutos me bastará luego para fregar la friambrera y los otros cacharros que use. Bueno, veo que tendré que recoger toda esta ropa de la silla mientras lo caliento, porque, si no, a ver dónde me siento. En la cama no, lo odio, se caen grumos siempre.

He de doblar las camisetas y los pantalones. Gasto poco en lavadoras. Con lo que hay aquí fuera, poco quedará en el armario. Me gustaría tener más jerséis, y más coloridos. Siempre llevo tonos neutros para que no se note lo mucho que repito. Creo que funciona, pero yo sé cuántas veces en seis días me he puesto lo mismo, y entonces me siento aburrida, y pobre, y fea, y me desanimo. Tengo un espejito cerca del ventanuco y ahí puedo verme diferente cuando me cambio el pintalabios, al menos. Tengo cuatro distintos y siempre que veo un espejo me paro y me pongo un color diferente. A veces me hace sentir mejor.

Guardo los calcetines que recogí del tendal. Hasta parece que haya espacio con menos trastos en medio. Me gustan las cosas limpias, y es fácil evitar la suciedad teniendo pocas pertenencias. Quiero engañarme con todo eso del minimalismo, pero son métodos para ahorrar. El año que viene, si me dan el trabajo de la entrevista, tendré suficiente para dejar el cuarto y compartir piso. A ver si Clara entonces tiene un dormitorio libre y puedo vivir con ella y con Elisa. Me emociona pensar en instalarme con mis amigas. Y con Elisa. Sobre todo, con Elisa.

La habitación sigue templada, la cena está lista, tengo un rato hasta la hora de encamarme y lectura, ducha caliente mañana. Un grano de esperanza en el destino, más allá de la cajita donde habito.

Es una noche buena.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Descanso

Retumban voces en los pasillos:
ha sonado la campana,
risa violeta, grito amarillo,
apenas dos minutos para la desgana

de entrar otra vez en el aula,
del silencio de pizarrón y libreta,
de callar más por obediencia.

Dos minutos para resonar
entera la hora de fervor retenido;
el nervio adolescente, escolar,
de comprender todo y aún tener camino.

Es diáfano en ocasiones
el conocimiento del profesor.
Cuando no, rara algarabía puntillando aquel candor:

¿soy, existo y también vivo?,
¿odio y quiero, y no?

Alguna vez se acelera el tiempo,
tantas otras es caracol.

El timbre metálico reclama:
enmudecen los pasillos ya.
Sillas vacías, transparente calma,
en clase el alma flotando va.

14.11.2019

¿Dónde?