lunes, 18 de noviembre de 2019

El cuchitril

Hace mucho, mucho frío fuera ya, y yo siempre llego cuando ya es de noche. ¡Qué suerte he tenido encontrando ese calefactor tan barato! Eso sí, como no puedo gastar mucho, he de escoger enchufar el calefactor o la lámpara, pata que no les venga un facturón a los dueños y me riñan por pasarme. Mientras la habitación se calienta, me pondré el pijama.

Los saludos son siempre escuetos: yo alquilo el cuarto, no la convivencia. "Mañana muy pronto me toca la ducha", me digo a mí misma. Es una suerte que el lavabo y mi habitación estén al lado, así no tengo que molestar pasando por donde estén ellos. Tengo que hacer pis. Dejo que se caliente un poco el dormitorio.

El señor me llama antes de que entre al baño. He recibido correo, me dice, y me tiende en papel del censo electoral. No me había llegado nada al buzón desde las últimas urnas, cuando aún vivía en la calle del Boj, que está aquí al lado. "Muchas gracias por recogerlo". Sonrío, entro al baño, pongo el pestillo. Echo de menos tomarme mi tiempo en el lavabo. Ahora me lavo rápido, uso el váter rápido, me cepillo los dientes rápido, recojo todo rápido. Me siento furtiva. Algún día, cuando los señores salgan al cine o así, me daré una ducha con tiempo... Porque bañarme sigue siendo demasiado lento.

Ya en el cuarto, me pongo el pijama y está todo tibio. Apago el calefactor, enciendo la lámpara, y la cama está deshecha; los zapatos, en el rincón; en el escritorio, los libros que he de devolver a la biblioteca; la mininevera, el microondas tan viejo, mis dos vasos, los cubiertos y tres platos. Los uso y los lavo. Rápido. Puedo usar la libreta tres veces a la semana, y entonces preparo todas las comidas para los siguientes días. La cosa es saber usar bien las sobras. Hoy tengo una patata y restos de carne a la plancha. Qué bien que todavía me quede aceite. He de comprar más, y una lata de lentejas, y un brick de caldo, y champú, y no sé qué más. Con cinco minutos me bastará luego para fregar la friambrera y los otros cacharros que use. Bueno, veo que tendré que recoger toda esta ropa de la silla mientras lo caliento, porque, si no, a ver dónde me siento. En la cama no, lo odio, se caen grumos siempre.

He de doblar las camisetas y los pantalones. Gasto poco en lavadoras. Con lo que hay aquí fuera, poco quedará en el armario. Me gustaría tener más jerséis, y más coloridos. Siempre llevo tonos neutros para que no se note lo mucho que repito. Creo que funciona, pero yo sé cuántas veces en seis días me he puesto lo mismo, y entonces me siento aburrida, y pobre, y fea, y me desanimo. Tengo un espejito cerca del ventanuco y ahí puedo verme diferente cuando me cambio el pintalabios, al menos. Tengo cuatro distintos y siempre que veo un espejo me paro y me pongo un color diferente. A veces me hace sentir mejor.

Guardo los calcetines que recogí del tendal. Hasta parece que haya espacio con menos trastos en medio. Me gustan las cosas limpias, y es fácil evitar la suciedad teniendo pocas pertenencias. Quiero engañarme con todo eso del minimalismo, pero son métodos para ahorrar. El año que viene, si me dan el trabajo de la entrevista, tendré suficiente para dejar el cuarto y compartir piso. A ver si Clara entonces tiene un dormitorio libre y puedo vivir con ella y con Elisa. Me emociona pensar en instalarme con mis amigas. Y con Elisa. Sobre todo, con Elisa.

La habitación sigue templada, la cena está lista, tengo un rato hasta la hora de encamarme y lectura, ducha caliente mañana. Un grano de esperanza en el destino, más allá de la cajita donde habito.

Es una noche buena.

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