jueves, 21 de noviembre de 2019

Lágrimas como alfileres

Recuerdo de la cotidianidad en casa, cuando era un hogar diferente, cuando morabas en ella más allá de en el pensamiento, mama. Siempre me decías que soy muy lenta en el baño, verás tú cuando venga la luz, y te encontraba leyendo en el sofá cuando salía, y me mirabas y arrugabas la boca para que me acercara a que me dieras un beso, y me sonreías con ese candor materno, y yo sentía que cómo ibas tú a llegar a desvanecerte algún día, y seguía viéndote mientras cenaba lo que habías preparado, y a veces me encontrabas mirándote y parecía que te sorprendía. Si te sigo mirando cada día.

Han sido cien pinchazos a la vez desde detrás de los ojos. Padezco aún la congestión del recuerdo, se me agolpa el sentimiento y el dolor se abre paso con su cuchillo indeleble, y todo lo llena hasta que todo lo vacía. Y te quiero mucho, y te voy a querer siempre, y tengo las memorias en un altar puestas, y me da miedo la cronicidad del duelo, porque ya llevamos más de un año y medio y así sigo, mama, a veces creo que con la misma angustia que siempre, la misma sangre herida y la garganta asfixiada por lo irremediable. No quiero que tú te duelas como yo. Anoche pensaba, a Albert se lo decía, que qué sufrimiento guardabas tú sabiendo que el tiempo aquí conmigo se te acababa, sabiendo que te quedabas lejos de mí, y yo lejos de ti. No se me terminan las lágrimas, y tú querías que yo fuera feliz. No quiero angustiarte por continuar sin encontrar el modo. Pesa mucho la existencia, los quehaceres de cada día, la responsabilidad interminable y, entre todo ello, la pena por ti, porque como hoy, recuerdo un momento de alegría y la tristeza viene a empañarla, como yo el espejo del baño, que llevo mucho rato en la ducha y verás tú cuando venga la luz.

He de ir a secarme el cabello. Para las lágrimas, un pañuelo.

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