domingo, 29 de septiembre de 2019

De la fealdad

Es imposible volverse ciega al espejo y es insufrible el hastío de saber que habré de habitar por siempre este cuerpo. Incluso muerta, la misma imagen será siempre la mía. Sólo quedará desvanecerse al fin de la memoria para escaparme. Mientras, seguir encerrada entre estas paredes de carne, detrás del rostro estúpido, presa del cuerpo inútil, viva en la apariencia detestable. Algunos compañeros que caen en la desgracia de encontrar su doble en el reflejo tratan de fugarse por la vía de la sangre; son capaces de rasgar la pútrida carcasa por perderse de vista, por acelerar el olvido en pos de la ceguera eterna. Después de borrarse de las mentes que quedan, supongo que se encuentra el único lugar donde zafarse de verdad de la dolorosa carga de ocupar el físico insultante.

martes, 24 de septiembre de 2019

1º 1ª, 05:38

Modificado de septiembre de 2017

El insomnio es mal compañero de los viejos, pero compañero, al fin y al cabo. Anita dice que iremos al médico. Yo no quiero. Odio el olor asqueroso de la sala de espera, la forma en que me tratan, y el ambiente, todos allí para pudrirnos. Y no quiero un chequeo. No quiero tomas de tensión ni analíticas; sólo pido poder llevar a Miguel la colegio y recogerlo después, pasearme, jugar al dominó y dormirme. Dormir bien por las noches, pero a qué precio. Tomar el café después de comer con Anita, encontrarme con Jesús y Luis cuando vaya a por el periódico, necesito otra manta, así tengo frío, ver el partido con mi yerno, conducir al supermercado. Si vamos al médico, adiós a todo. Diremos que es por el insomnio, pero la receta serán más que pastillas para dormir. Encontrarán algo. No voy a permitir que parcheen para no irme al camposanto. Qué frío. Las seis, otra hora. Yo no quiero ir al médico, sólo estar vivo y dormir bien hasta que la almohada sea de madera.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Sara

Amiga, a veces, cómo te complicas, cómo me haces espejo, si esas veces es tan sencillo como un martes lloviendo o el olor de la gasolina. Algunos días llevabas la ropa del colegio y reías y cada sábado ibas a jugar por las tardes, a vibrar en compañía. Qué envidia. Se posó pronto sobre ti la libélula de la duda. ¿Qué pasa mañana? ¿Y si no estoy segura? No sufras; algún minuto recuperaremos de la antigua burbuja, lo apuntalaremos de presente, de certidumbre una cúpula para los días que arrecie. Tú vístete tu piel y ríe, y cada amanecer juega con el rato que tienes, y crece y aníñate, y tiembla de vida, y estremece.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Canción nocturna


Mira la Luna:
parece una moneda;
las farolas le tintan su rostro de seda.
Qué Luna joya,
parece un colgante
pendiendo del cuello de un dios amante.
Mira Diana
y su corona redonda:
faro de la Tierra, brillo sin sombra.
Mira la Luna,
es ahora de día;
nívea a deshoras desde arriba vigila.
Sigue siendo de noche,
ahí está la Luna,
reina del insomnio, amiga que alumbra.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Marco y lienzo


Ejercicio à la Cortázar.

Lo vi, como suele suceder, a pesar de no querer ver. Yo volvía de
El carnicero era un hombre muy, muy hablador. Subido a la
comprar el pan en la tienda de frau Schell, como todos los
tarima, detrás del mostrador, contaba historias a cualquiera
domingos, y me lo encontré en la cama, derrumbado en un sueño
que estuviera dispuesto a escuchar y también al que no.
resacoso. La noche anterior había salido. Le dejé una pastilla y un vaso
Uno entraba en la carnicería y el ambiente lo acaparaban
de agua en su mesita y, cuando vi que se había dejado el teléfono
entero el aroma de los embutidos y el discurso constante del
en la repisa de la entrada, también se lo acerqué. Vibró en mi mano,
señor. Poco importaba que hubiera terminado de atender a
la pantalla se iluminó. Axel, el desconocido, el hombre por el que no me
un cliente y que ese cliente se hubiera marchado; su monólogo
tenía que preocupar, el hombre contra el que no podía competir, el hombre
continuaba hacia el siguiente en la cola. Nosotros fluíamos, sus
con el que él salía de vez en cuando. El mensaje no tenía nada de sutil.
palabras eran constantes. Yo no sabía si hablaba tanto por la
Arrojé el móvil en el colchón, al lado de su cuerpo, al lado de la persona a la
afluencia del público o por una soledad enquistada. Aquella
que, por desgracia, aún amaba. Observé sin ver su silueta dormida, pesada
mañana llegué, como siempre, in media res. Sólo quería dos filetes
etílica y por primera vez me pregunté por qué lo seguí hasta su país, para
de ternera. De paso, me llevé un trozo de la verborrea. Contaba la
qué había servido abandonar la nada de mi casa para acabar en un hueco
historia de su hijo, que volvía al barrio después de un año sin
aún más vacío ahora, aquí, en un lugar que no era el mío, con un hombre
nada que hacer. A pesar de haberme ya marchado, no pude evitar
que ahora o, en realidad, no sé desde cuándo no era el mío, y a pesar de la
figurarme el mismo cuento desde la voz del hijo. Qué compasión.
ira y la ceguera y el dolor y el amor, no lo desperté. No sabía qué hacer.


Líneas impares: hilo 1.
Líneas pares: hilo 2.