Texto basado en la canción de The Police
No hay para mí nada más desde su
clase de presentación. No fueron los ojos claros, ni la juventud, ni el pelo
revuelto: comenzó cuando lo escuché hablar. La voz clara y potente vibraba
entre los pupitres, como una sierpe. Le bastó con dos frases para dejar tatuada
su inteligencia en el aula y, entre mis costillas, su punta de lanza. Sé que se
me ve porque me desborda. Ya hace semanas que oigo las voces de los demás
cuchicheando a mi detrás. No sé remediarlo. No cabe en mí nada más que él y la
conciencia escandalosa de que no va a ser, de que no está bien. Junto a su
mesa, mientras corrige las anotaciones de mi libro, como en trance me inclino
en su dirección. Me rectifica en susurros, noto que todos miran, hablo quedo
junto a su oreja. Mi cabello roza su mejilla, su aliento me acaricia la
barbilla, mis ojos quieren apartarse porque todo esto no ha lugar. Tan cerca, casi
como en los sueños intrusivos que no quiero parar. No será. Tengo la mitad de
su edad.
No estés tan cerca de mí.
Tras guardar la carpeta, mientras
cierra la mochila, se le ve la sangre palpitando a través de las mejillas
blancas. Las aletas de la nariz se le hinchan y la vena de la frente se le
inflama. La sigo por el patio hacia la salida y, de repente, me mira, transformada
en mina.
—Parece que no vas a tenerte que
dejar los codos para la nota, eh…
—No necesito estudiar mucho.
—Eso da igual. ¿No ves cómo lo
miras?
—No seas tonta. Nos gusta a todas—ella
pone los ojos en blanco.
—Pues todas os vemos a vosotros
dos. ¿Por qué te crees que las demás están distantes?
—¿Cómo?
Yo nunca a nadie así había oído
resoplar.
—¿Es que no ves cómo te mira? Espero
que vayas cuidando las rodillas.
Acaba su frase y me quedo muda. Ella
acelera, cruza la calle y desaparece en la distancia. Mirando el hombre de rojo
del semáforo pienso en cómo de rápido, sin hacer nada, me he quedado sola.
Llueve sin clemencia. Contra mi
frente, el volante está helado. Está tan cerca cuando la llamo al encerado y está
tan lejos: yo no la quiero así. Y cuando se levanta a preguntarme por el
ejercicio que ya ha terminado, se arrima… No estés tan cerca de mí. Jamás quise
tener favoritos, y ojalá justificarlo con la verdad, que ella es la alumna
aventajada ya no de la clase, sino del centro entero, pero para qué engañarme
si sé que hay más. Embrague, llave, freno, freno de mano, embrague, primera,
gas. Es mi favorita porque ha enraizado en mí. Y cuando aproxima su cabeza y
siento el hilo del olor de sus rizos, el brillo de las mejillas, el batir de
las pestañas, he de gritarme que es mi alumna, que yo le doblo la edad. Lo que
yo quisiera es barrer la mesa de una brazada, abrazarla contra mi pecho, tener
sus dientes en mis labios y mis labios en su cuello… Con la erección de cada
mañana termino por llorar. Me he convertido en un monstruo, y la quiero tanto
que apenas me atrevo a mirar. Ya la siento bajo mis manos, ya la veo al cerrar los
párpados. Y está aquí ahora, de pie en la parada del autobús desierta, mojada. Me
dejo poseer a conciencia y paro el coche, y abro la puerta. Su sonrisa es tan
amplia; sus mejillas, tan sonrosadas; su entendimiento es tan vivaz…
—Gracias. Aquí se está tan
calentito y seco…
No estés tan cerca de mí.
La lista de insinuaciones y
apelativos se desborda a cada asignatura. Es un torrente de cuchillas y ya da
lo mismo quién está detrás.
La sala de profesores es un rosario
de insultos y acusaciones. Para qué. Ella sigue estando, yo la sigo viendo,
toso y tiemblo como un enfermo… Soy Humbert Humbert de viejo.
Don’t stand so close to
me.