jueves, 30 de abril de 2020

"Hermano"

(Este texto no está hecho para ser bonito. En realidad, es bilis sin adulterar. No sé a quién dar gracias por haber podido retomar inmediatamente mi cuerpo como mío. Supongo que, como siempre, es a la mujer que me crio).

Hoy hace dos años me atenazaba con más frecuencia el dolor. No había pasado siquiera un mes desde la muerte de mi mama. Cada día en la mañana la realidad me asfixiaba: por mal que durmiera, abrir los ojos era peor, porque debía asumir que en adelante viviría mi terror absoluto.

Por suerte, había gente que me quería y que me acompañaba, la familia y los amigos que palidecían en la distorsión absurda de mi soledad. Entre ellos estaba él, tan amigo que era familia; empadronado en otra vivienda, pero habitante de esta casa, tan natural aquí como las paredes o las servilletas. Compañero de muchos juegos y llantos y besos y chistes y charlas, peso tercero en el sofá que mi mama y yo compartíamos.

Hace dos años lo invité a pasar la noche, incrédula todavía de la semiorfandad. Él hizo la cena: era rica y cremosa, reconfortante. Y a la hora de dormir nos echamos en la misma cama en la que ya habían dormido casi todos los amigos, la cama de mi madre y mía.

Yo descansaba de lado y desperté con su mano en la espalda. Tuve un pensamiento de animal desconfiado o, más bien, de mujer que vive en este mundo, y me puse boca abajo ante la necesidad que la razón invalidaba de proteger mi cuerpo, mis pechos, mi vientre, mi vulva. Y tras de mí seguía la palma insistente, los dedos inconcebibles.

Entonces dejó de tocarme la espalda y ya eran las nalgas. Juro de verdad que no podía creérmelo y que si ahora lo hago es por el odio. Regresó a la espalda y pensé que podría dormirme, que todo quedaría en una advertencia sobre el desayuno y el entendimiento mutuo. No fue así. La segunda vez que noté su mano donde no debía, terminé por levantarme y, con la puerta cerrada, ante el espejo, me vi desencajada, vi el horror ante el ultraje, puramente traicionada en mi casa sin madre, en mi cuerpo vivo sin sentido.

Dijo que creía que yo quería. Dijo que por qué no había dicho nada. "¿Y qué te digo, que te vayas de mi casa y que la próxima vez que me toques así te rompo las narices?". Esa fue mi respuesta, palabra por palabra, y luego ya lo único y lo último que me oyó fue el adiós seguido del portazo y la llave y la cadena para protegerme, aunque para entonces ya sentía que me había robado el cuerpo, y lo que hizo fue tocarme. No quise pensar en violaciones.

De lo que dijo él se me ha borrado casi todo; cuentos de culpabilidad nacida de los testículos. Sé que él estuvo fatal los días siguientes. Yo seguí y sigo, irremediablemente, medio huérfana.

Dos años se cumplen y no lo olvido porque nunca podré olvidarme.

lunes, 27 de abril de 2020

27.04.2020


Saber qué encontrar.

domingo, 26 de abril de 2020

Colaborativo

(Quise hacer algo creativo a partir de ideas de otras personas, así que pregunté en Instagram sobre qué escribir, y he aquí unos cuantos microrrelatos aunque no tan breves como los que suelonacidos de esas sugerencias. ¡Gracias a todos!)

FANTASÍA: Dejé de creer en lo maravilloso bastante tarde, al final de la primaria. Hasta entonces, cada día en el recreo, mis compañeros me decían que todo eso de los dragones no era verdad, que mi padre me mentía, y varios años después comprendí que la magia fue mantenerme convencido hasta los doce de que no era un engaño. (S: fantasía, magia)

HOMO VIATOR: A mi esposa le encanta la astronomía, le apasiona el universo, lee todo lo que se publica, siempre ávida de conocer cómo es la infinitud que nos rodea; le obsesiona lo desconocido. Dice que es inherente al ser humano. Yo, en cambio, soy más de estar por casa... Las galaxias no me salvarán de la nada, pero, hasta entonces, quisiera llevar siempre las camisas planchadas. (D: la nimiedad del ser humano en el Cosmos y su obsesión con explorarlo)

AUTORÍA: Inventar, describir, relatar. Algún cuento triste, alguna novela alegre: el pan mío de cada día, hasta que me di cuenta de que literalmente escribir era mi vida porque, si paraba, me moriría: yo sólo era un personaje de mis propias narraciones. Y ya que estaba condenado al escritorio, decidí por mi propio bienestar dejar para siempre las historias aciagas y consagrarme a escritor de páginas felices, hasta el punto de no discernir si amaba el oficio o si en realidad me estaba enamorando de mí. (MR: amor propio/el acto de escritura)

PECADORES: Mi padre hizo lo posible para impedir mi matrimonio diciendo que ser gay es inmoral, algo imperdonable en mi opinión, pero, cuando supe que en realidad se interponía porque se había enamorado de mi prometido, entendí su situación. (MR: amor homosexual)

CASO CERRADO: La policía investigaba la violación y tentativa de asesinato de mi mujer y no querían mis servicios de detective privado por estar involucrado en el caso. Sin embargo, descubrí la verdad antes que las autoridades, y en el cumpleaños de dieciocho de mi hijo le regalé una botella especial para celebrarlo, mezcla de tequila y absenta. Como esperaba, se la tomó entera en minutos escasos, y cuando se mareó lo llevé a casa a que durmiera la mona, pero diremos que me pidió espacio y soledad par que le diera el aire y, como era mayor de edad, lo dejé en la calle. Unos días después, tras el revuelo, se cerró el caso con culpable, pero sin juicio: la autopsia dictaminaba que el violador había fallecido por complicaciones ligadas a un impredecible coma etílico. (G: policíaca)

HAGAN SUS APUESTAS: Creo que el amor es como una baraja de cartas y se parece mucho a los juegos de azar. Cada persona tiene su mazo y cada amante es una carta extraída sin mirar. La carta más alta es el alma gemela, pero nadie sabe hasta qué cifra alcanza la baraja. Yo tenía un diez, supuse que el número más elevado, pero resultó ser un tres, porque se estuvo viendo con su ocho y yo para él me quedé en seis. Así que me descarté y seguí jugando, hubo algún siete, un cinco, otro diez. Me dijeron que al final el supuesto ocho de mi tres se quedó como él en tres y, aunque no quería, me alegré. Yo había encontrado un once y vi mi carta era once también. (A: infidelidad y juegos de azar)

POLIMATÍA: Anatomía es una clase renacentista, porque la estudian los de ciencias, pero los de bellas artes también, y yo era asimismo renacentista. Tiraba más por la ciencia, pero acabé de artista porque un día dejé el bisturí para hacer un esbozo de unas maravillosas entrañas, y como ya no es ni el siglo XV ni el XVI y estas cosas no las dejan hacer, me revocaron la licencia de cirujano. (MR: anatomía)

viernes, 24 de abril de 2020

24.04.2020


"Acepta el fracaso como parte del proceso".

miércoles, 22 de abril de 2020

Sincera frustración

(Perdónenme el cinismo, es resentimiento puro y una buena consideración de mis aptitudes generales para producir un texto literario, que es de lo poco de lo que me enorgullezco).

Odio
cuando alguien
con ínfulas de
escritor
(y me excluyo
por amor propio,
por no
triturar mi
autoestima)
escribe así
una frase anodina
que se supone
sintetiza
la
experiencia
humana,
y arroja
cuatro palabras
malsonantes sobre el sexo,
oh, la transgresión,
y se sienten
revolucionarios
y poetas
aunque
esto
no
es
un
poema.

Y cuando escriben otra frase igual de vacía y, digámoslo, intensita, así en renglones normales, y lo llaman aforismo.

y luego
son
tan rompedores
que creen que
esta estupendo no
usar mayusculas ni
puntuacion
ni acentos
porque su genialidad
reside
en su talento
inexistente

Y lo que más odio es, sin duda alguna, que a ellos los publican y a mí no, porque ellos tienen followers y yo no.

domingo, 19 de abril de 2020

La experiencia de escribir

Me pongo ahora mi disfraz baratucho de autora para hablar del oficio y del placer. Creo que cualquier escritor estará de acuerdo en que el logro realmente se siente cuando se termina la obra y la edición y uno relee la historia con el ojo crítico de siempre, pero con ilusión. Después, a medida que pasan los días, muchos terminan detestando el fruto de su labor, pero queda para siempre ese espacio fugaz y fulgurante de satisfacción y seguridad. Espero el comentario de que no, de que el logro es escribir en sí, no terminar, y estoy de acuerdo. Hablaba simplemente de la sensación de éxito como escritor. Pienso que el que se haya enfrentado a una página en blanco me lo concederá.

Pero yo venía a hablar de esto del proceso de escribir. Hay corrientes que se nutren del desarrollo de la obra y cuya estética reside precisamente en mostrar sin tapujos los engranajes y los andamios, porque siempre hay engranajes y andamios, aunque nos empeñemos en taparlos con la edición minuciosa de la entrega final. El texto en construcción es un ser armado a costurones, lleno de manchas e imprecisiones, y quien escriba a ordenador sabrá que tal vez la tecla de retroceso supere al espacio en pulsaciones. El proceso es bonito a veces; feo casi siempre, desesperanzador y frustrante, pero, como tanto se dice y tan cierto es, "hay que abrir el grifo para que corra el agua", y al principio nunca será cristalina.

A veces publico pinceladas de proceso: un escrito al estilo de tal autor, la reimaginación de la historia de equis canción, un poema mecánico, algún atisbo de escritura surrealista, y no suelen ser textos que me encanten, porque no son completamente yo, pero sí son los escalones que he de subir, la vista curiosa al tomar el desvío. Y es necesario y también literario, por algo están publicados los Ejercicios de estilo de Queneau. Así que por eso enseño los ladrillos torcidos, porque en escribir hay mucho lodo en el camino, pero es tierra fértil para las flores. Espero algún día ofrecerlas salvajes en las veredas, primorosas y cuidadas en un ramo de letras.

sábado, 18 de abril de 2020

Cuadro, Gloria Fuertes

(Al estilo de Gloria Fuertes)

Monedas como manzanas,
pequeñas,
campanadas de campanitas,
etéreas,
auxilio de los ángeles,
plata buena,
rastro de aves
en la corteza,
yemas extrañas,
sala de espera.

Paciente impaciente que aguarda el sueño;
persianas afuera, sutil sonajero:
baranda de acero, suave aguacero,
la lluvia me arrulla,
veré si me duermo.

lunes, 6 de abril de 2020

¡Mua!

A veces me preguntaba cómo sería besar a alguien por el simple placer de besar, por la adoración del beso, por el amor propio al querer besar. Aquí había mucha gente besándose besos de fogueo que se disolverían al amanecer, pero que quedaban en la existencia, en el libro secreto de todas las cosas, el que todos escribimos y el que nadie lee.

Estábamos en la terraza, pero se escuchaba todavía la música. En la penumbra, descifraba las caras de mis amigos, sus palabras atoradas por el alcohol. Yo les hablaba, les contaba con serenidad sobria lo que veía, buscaba otro lugar donde mirar cuando encontraban una boca distinta.

Apareció por allí un chico argentino, dijo que se llamaba Gervasio, que olía a hierba liada; él me miraba, y yo lo miraba porque me miraba y porque a veces me preguntaba cómo sería probar que cualquiera, cualquier Gervasio, quisiera besarme, y nos apartamos, di vueltas como bailando, me dejó su chaqueta y, cuando alcé la mirada, estaba su boca esperando.

Una amiga vino a rescatarme. ¡Pobre Gervasio! Yo había querido besarlo, había querido besarme, pero fueron besos horrendos porque se le olvidó cómo eran sus labios y se convirtieron en dos masas blandas y calientes, como las entrañas de un pejesapo, y su lengua también era ls lengua del pejesapo. Ten, Gervasio, aquí está mi beso suave, mi beso certero: como te lo has comido, te deseo un buen provecho; ten aquí tu chaqueta, yo he de marcharme, hasta luego.

Pobre Gervasio. Espero que aquel beso fuera tal por hijo de hierba. Imaginé otras chicas, otros chicos, otros labios, y le deseé lo mejor, deseé que nunca besara como a mí me había besado.

Se lo conté a mi mama al día siguiente y las carcajadas casi nos hacen morir. Esa es la historia de la única vez que probé el beso por el beso, el ósculo por mí. Pero no hay que estar triste más que por Gervasio, porque, además de llevarme en la boca y la memoria el peor de los besos, me llevé un cuento que siempre hace reír. Se lo conté a mi madre, a mucha otras gente; esta noche te lo cuento a ti.

viernes, 3 de abril de 2020

Pies de Seda

Lo llamamos así porque no hacía absolutamente ningún ruido al caminar. Se aprovechaba de esta particularidad para sorprendernos y asustarnos de vez en cuando. Uno estaba centrado en la tarea del colegio o poniendo la mesa y, sin previo aviso, Pies de Seda se materializaba delante y provocaba el esperado sobresalto que tanto le hacía reír. A pesar de ello, era un chico muy respetuoso y nunca molestaba cuando uno se ocupaba de cosas importantes de verdad. Cuando tuve mi primer beso, bajo el cerezo del jardín delantero, me comentó que, sin querer, nos había visto, pero que se había apartado de la ventana de inmediato. Honrado, este Pies de Seda.

Mis padres lo acogieron desde el primer momento como a uno más. Tendría yo unos diez años cuando aprendí la palabra que los definía a la perfección: dadivosos. A partir de ese momento, no desperdicié ninguna oportunidad de utilizar el término y, cuando el cerezo dio sus frutos en mayo, dije señalando al árbol: "este año está muy dadivoso". Pies de Seda se tronchaba de risa con mi insistencia. Era un chaval muy alegre.

Él tenía una mella en la parte delantera de los dientes, de un colmillo que se cayó pero que ya no alcanzó a crecer. Tenía la cara llena de pecas y los ojillos risueños, brillantes de una sabiduría que no correspondía a su aire juvenil, y su lengua era rosa claro y puntiaguda. Lo sé porque muchas veces la sacaba cuando hacía muecas al asustarnos. Otra de las peculiaridades de Pies de Seda era que ni crecía ni envejecía: tuvo siempre el mismo aspecto, desde que lo conocí.

Habitamos aquella casa toda la vida y, cuando mis padres murieron, consideré seriamente venderla para saldar las deudas que yo heredaba, pero Pies de Seda me disuadió con una sola frase. Además, me dijo: "ahora que la casa es tuya, te enseñaré mi habitación", y entonces encontré extraño que yo nunca hubiera sentido curiosidad por saber dónde estaba ni cómo era el cuarto. Resultó que el dormitorio era lo que yo siempre creí un armario de limpieza, pero nada más lejos de la realidad. Cuando abrió la puerta, vi una sala prácticamente vacía, dorada por la luz del sol, a pesar de que fuera llovía, con las ventanas abiertas de par en par. No debía de cerrarlas nunca, porque en el suelo se amontonaban las hojas, años de hojas, y las flores del cerezo que flotaron hasta colarse dentro, y excrementos de pájaros, que alzaron el vuelo en cuanto yo entré. Además, había un sofá viejo, casi podrido, y un escritorio cojo sin silla, cajones ni lamparita. "Así tenía que ser tu cuarto, naturalmente", dije. "¿Quieres que vayamos a tomar el café?". Pies de Seda lideró la marcha a la cocina y, en el camino por los pasillos, lo observé como si fuera nuevo. Desde luego, no podía venderla. "El fantasma siempre se queda en la casa".