lunes, 24 de julio de 2023

Los objetos

En mi casa hay muchas cosas, muchos objetos. Sé que algunos son feos en ojos ajenos: una banqueta de plástico de colores primarios, un abrebotes rojo, un mantel con un agujero de un quemazo, un dispensador de celo con la forma de un zapato de tacón. Pero todos son objetos útiles y, además, a todas esas cosas se les une un sentimiento.

La banqueta, aunque no la compramos entonces, me recuerda a cuando empezamos a vivir juntos, no sé por qué.

Cuando veo el abrebotes también veo las manos de mi madre usándolo, sus anillos, su gesto preciso, el color de su piel.

Este mantel tiene el agujero por la ceniza de un cigarro de mi tío, de mi abuelo, de mi otro tío o de mi madre. Es el mantel de las Navidades, de apretarnos alrededor de la mesa en un comedor pequeño en el que no cabíamos, pero todavía estábamos todos.

El dispensador de celo lo llevo usando más de diez años. Es una horterada que tenía al lado mientras hacía mis proyectos, pegaba fotos en la puerta de mi cuarto, envolvía ni se sabe cuántos regalos. A mi madre le encantaba regalarme útiles de papelería así de kistch.

Son cosas, son objetos, definidos en sí mismos e inanimados, sin importancia para nadie más que yo, totalmente desechables para cualquiera, menos yo. Cosas, sin más, pero yo las miro y de golpe tienen corazón.

lunes, 10 de julio de 2023

Aquel espacio

Hubo una época en la que yo estaba muy triste, sí, pero dentro de toda esa melancolía diaria, del abatimiento constante, de la apatía y el dolor simultáneos, hubo un espacio en el que tuve mi mundo de una manera en la que no he vuelto a tenerlo. Un mundo desgarrador, grito inaudible y silencio insondable, pero empecé a percibir las cosas tan a flor de piel, tan protegida dentro de mí, que parecía que por un instante vivía a mi propia medida. Los días se hacían lentos, las letras llegaban y me abrían en mi soledad secreta, mi guarida unipersonal estaba llena de cosas suaves, de cosas cálidas: un amanecer, la hora de la siesta, leche con miel, descalzarse al llegar a casa, la voz grave de mi madre, sólo las palabras bonitas. Mi cuerpo rechazaba toda la podredumbre que llegase de fuera: bastante negrura había ya dentro. No era feliz, pero era feliz a ratos, como un robo a la vida colorida y normal y excitante que me parecía ver en todos los demás, o como una concesión, una distracción de la tristeza. Era feliz como si encontrara una perla rara, feliz sabiendo que muy pronto volvería a la nada. ¿Cuánto sufrí mientras tuve ese refugio tan mío? ¿Y cuando no lo tuve? ¿Cuánto hice sufrir a los demás? Y ahora que el mundo de fuera me da de lleno, que convivo con lo sórdido y lo regateo, ahora que estoy expuesta y animada, ahora que estoy curada, ¿están todas esas cosas suaves y cálidas escondidas aún en mí?