lunes, 10 de julio de 2023

Aquel espacio

Hubo una época en la que yo estaba muy triste, sí, pero dentro de toda esa melancolía diaria, del abatimiento constante, de la apatía y el dolor simultáneos, hubo un espacio en el que tuve mi mundo de una manera en la que no he vuelto a tenerlo. Un mundo desgarrador, grito inaudible y silencio insondable, pero empecé a percibir las cosas tan a flor de piel, tan protegida dentro de mí, que parecía que por un instante vivía a mi propia medida. Los días se hacían lentos, las letras llegaban y me abrían en mi soledad secreta, mi guarida unipersonal estaba llena de cosas suaves, de cosas cálidas: un amanecer, la hora de la siesta, leche con miel, descalzarse al llegar a casa, la voz grave de mi madre, sólo las palabras bonitas. Mi cuerpo rechazaba toda la podredumbre que llegase de fuera: bastante negrura había ya dentro. No era feliz, pero era feliz a ratos, como un robo a la vida colorida y normal y excitante que me parecía ver en todos los demás, o como una concesión, una distracción de la tristeza. Era feliz como si encontrara una perla rara, feliz sabiendo que muy pronto volvería a la nada. ¿Cuánto sufrí mientras tuve ese refugio tan mío? ¿Y cuando no lo tuve? ¿Cuánto hice sufrir a los demás? Y ahora que el mundo de fuera me da de lleno, que convivo con lo sórdido y lo regateo, ahora que estoy expuesta y animada, ahora que estoy curada, ¿están todas esas cosas suaves y cálidas escondidas aún en mí?

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