Ser una escritora torturada,
confeccionar con cada letra
el catálogo de mis penas,
derramar la juventud llorosa
irremediablemente,
confiar en la belleza
punzante,
confortable de la tristeza,
todo eso está reposando en mi carne,
en el blanco de mis ojos;
nunca podré decir que no fui secuestrada,
nunca podré vivir como si no hubiera sido secuestrada
durante nueve años
bajo la tutela abrumadora de los pesares,
pero quiero escribir con tinta nueva,
ofrecerte un pétalo de la esperanza,
asegurarte que ya he llegado a esa parada
donde los días reverdecen y las luces bailan.
Si soy capaz de hacerlo, en realidad,
no lo sé. Cómo voy a decirte la fragilidad
de un cascabel de nieve
desde las suaves puntas de la hoguera,
no lo sé. Pero cortarme el pecho,
volverme hacia fuera como un libro usado,
es simplemente como escribo.
Ahora que trepan las flores, que saco al sol mi jardín,
también he de volverme hacia fuera
como se arriesga y vierte el agua de una fuente fresca.