las cosas así se hacen sin pensarlas,
porque si piensas, igual crees que puedes
escogerlas,
dejar de escogerlas.
No cuesta nada abrir el paquete,
abrir, separar pegajosas
las bandas de cera,
sentarse sobre el inodoro,
inspirar,
pegar el papel encima del labio,
pegarlo bien, bien pegado,
observar cómo se transparenta el vello a través de la banda.
Creo que elijo hacer esto,
pero siempre, antes del tirón
eterno, flojo y tembloroso
me freno porque no, no escojo hacer esto,
lo han escogido por mí
años de burlas por tener pelo.
Tengo las piernas cubiertas,
al menos gané esto,
pero verme casi Frida,
después de todo, no puedo.
Duele. Son
catorce años ya que lo repito,
supuestamente, cada dos semanas
(cada mes, en realidad:
aborrezco este dolor
todavía se me anegan los ojos,
tantos años
y se me anegan los ojos).
Tiro, tiro, tiro,
tiro,
lloro,
sin querer, tiro,
sin querer, lloro.
¿Cómo fui capaz de quererme tanto y tan poco,
cómo soy capaz de herirme tanto
algunas veces
y no soy capaz de hacerme daño?
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