Mi hija dice cosas que dan miedo
cuando se enfada.
Se empapa entera de su verdad en un momento,
de la mentira airada,
calumnia con franqueza ciega
e instantánea.
Tiene una ventaja grande: conoce
en tan pocos años
muy bien la vida,
aunque
no creo realmente
que sea ventaja ser tan joven,
haber
vivido la muerte.
Mi hija
se declara viva cuando se enfada
(también
cuando llorando se derrite,
también cuando
se troncha a carcajadas),
y aunque amaine,
porque será infeliz si nunca amaina,
quiero que se parezca a mí:
que entienda letra a letra las emociones;
quiero que nunca llegue a
parecerse tanto a mí: que no
se quede a medio gas,
que no se pierda como en un sueño
la vida,
que descubra todavía tanto
bueno en los días.
Que no dejen de dar abrigo a la pasión
sus pupilas.
Mi hija se expande en el espejo
y me recuerda a mí.
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