martes, 7 de julio de 2020

Con la música a otra parte

Desde dentro, para sentir mejor la vida (porque sentirla más sería demasiado doloroso, sería una aguja arañando todos los nervios), me tumbo sobre la cama de siempre, sobre el edredón diario. Antes había una minicadena encima de la cómoda, al lado de la colección de cedés, y yo pensaba en mis ratos de angustia infantil que la muerte no podía ser tal en la misma existencia que la música. Ahora no hay minicadena y los discos acomodan el polvo de años en otra habitación, pero, con la puerta cerrada, vuelvo a hacer una sola cosa, y puedo tener el volumen alto hasta que el sol se ponga y acompañar desde las entrañas a los vidrios que se estremecen, y pensar sin pesar que tal vez reviente por la línea de bajo o que tal vez trascienda mientras ensordezco e ignoro los gritos desde la puerta, el plato que se estrella contra el suelo, las sirenas aullando, el silencio de la policía al encontrarme así, tan muerta por haberme alejado demasiado flotando y, al querer regresar a mi cuerpo, encontrarme la persiana echada y el letrero que dice "se traspasa".

***

[Este escrito no iba a ser así. Pensaba en escribir simplemente sobre la experiencia de los sentidos en la música, tan absoluta como el tiempo, pero el texto me llevó por este sendero y yo, para sentir mejor la vida (porque sentirla más sería doloroso, sería una aguja arañando todos los nervios), me he dejado conducir por una vez.]

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