lunes, 17 de diciembre de 2018

Zoo


Para Rubén

Esta ciudad es demasiado grande. El cielo es una algarabía de antenas y tejados; el suelo, una marabunta de transeúntes ausentes. No soy tan especial como para no detestar las aglomeraciones. De hecho, no soy nadie que destaque en nada. Me dedico a esquivar a los paseantes lentos y a observar el desorden, esperando encontrar el milagro que por fin le dé sentido a mi existencia. No, la inactividad no me ayuda, pero no tengo fuerzas para ponerme a vivir sin tener ni idea de qué quiero ser. De momento, no soy. Sólo respiro. Pero, como decía, no me gustan los lugares masificados. A veces me pongo a pensar en cuántas personas se están muriendo ahora mismo a mi alrededor, y estoy demasiado asustada como para querer conocer la cifra. Yo no quiero morirme sin haber tenido vida.
Sí que podría llegar a saber cuántos animales se mueren: están siempre entorno a mí, en cuanto pongo un pie en la calle. A veces me encuentro una paloma aplastada en la calzada, y entonces miro hacia arriba y veo que ya se ha unido a la bandada de aves que vuelan tras de mí, como un séquito. Nunca lo hubiera dicho, pero de todos los animales que me siguen, la que más apegada está a mí es una rata. En cuanto me ve, se sube a mi hombro, y ahí se queda, estática, haciéndome compañía. Según por la calle que paso, se unen algunos al séquito o se van. En ocasiones los perros se distraen y se van tranquilamente por su cuenta, o los gorriones deciden quedarse en un alféizar cualquiera, o los gatos encuentran un cachito de acera al sol y se tumban, y hasta la próxima. Desde siempre los he visto y los he oído, es tan normal… Por eso nunca dije nada a nadie, porque es tan normal que los demás lo consideran una rareza. Cuando me siento en un banco, los perros se tumban a mis pies, los gatos se distribuyen entre asiento y respaldo, y las aves se posan donde encuentran. Cuando entro en cualquier cafetería o tienda, me esperan fuera. Creo que lo que más me divierte es cuando los perros me siguen hasta la playa y se ponen a jugar por la orilla. Las veces así llego incluso a sentirme bien.
Yo solía ser alegre.

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