Me sé un himno que es como una plegaria. Mi madre, tan beata siempre, me inculcó el
creer, y creí hasta que me besó un hombre y me enamoré. Son una jodida broma los
crímenes por amor. Esta madrugada van a matarme por querer. A estos cabrones no les
tuvo que querer su madre. Si no, que me expliquen por qué se alían para imponerse:
porque ni ellos mismos se quieren.
Al girar la vista veo alejarse las casas blancas que eran mi familia: empieza el
amanecer. El último que voy a ver. Este camino me lo he recorrido desde que sé
caminar. En verano huelen las amapolas como un abrazo. El verano es este camino,
es poner los pies en el agua helada del arroyo, es tender las sábanas con mi madre.
A mi madre la salvó Dios del animal que me engendró. Menos mal que ella creía.
Yo dejé de creer porque no iba nadie a convencerme de que un beso que supo tan
bien era pecado. Nos encontramos muchas veces de noche en el camino. Ya hemos
pasado el desvío por el que nos metíamos a abrazarnos, yo resoplando y él suspirando
en mi nuca. El día estará medio nublado porque se ven en el cielo tiras rosadas.
La senda hace subida. La subía yo a saltos hasta que me partió la pierna aquel hijo de perra de Francisco. Me mató a Fiel, mi pastor, porque no quise irme con él. No se me olvida el abrazo a mi perro muerto. Tenía yo treinta y tres años. Me fui a buscarlo y le salté media boca de dientes con la culata. Me rompieron la pierna en la paliza. Francisco me gritaba maricón. Menudo hijo de perra. Y yo, cuarenta años más tarde, arrastrando todavía el pie.
Dicen que me matan por el himno que es como una plegaria. No es verdad. A nadie le interesa en Mieles la política. Me matan por haberme escondido con otros hombres. Tengo ahora delante al Grabiel, y ya conocí una vez su espalda. Será veinte años más joven que yo. Pobre. Tiene aún mujer e hijos. Cómo me duele la maldita pierna. Pronto se pasará.
Creo que los asesinos lo están haciendo mal. Te sacan a pasear más de madrugada y te pegan el tiro antes de que salga el sol. El aire huele a polvo y a fresco. Hace frío, y yo con una camisa sola que de poco me ha de servir ya. Me pregunto qué es lo que se siente en ese instante que tardas en caerte al suelo.
Cómo me duele la maldita pierna. Media vida arrastrándola. Te acuerdas de mi madre, ¿verdad? Era grande la madre, grande. Y cantaba las plegarias como himnos. Te acuerdas de verla frotando con jabón la ropa de todo Mieles. De eso trabajaba, lavando la ropa. Te besaba los morros siempre que te enganchaba y sabes que cuando creciste le costaba no sentarte en su regazo para acunarte. Nunca le dijiste lo de que no crees ya. Pobrecita, se hubiera llevado un disgusto. Qué bien huele el polvo. Nunca olió así de bien. Oyes cerca el agua del arroyo, y cómo dolían los pies al sacarlos, como si te mordiera una fiera. Tu madre te hubiera reñido. Pero reñía con amor. Agradeces que nunca te riñera tu padre, porque te hubiera apaleado. Ya ves la piedra. Igual, como con tu madre, se hubiera sacado el cinturón. Fuiste afortunado de que no se fijara en ti apenas. Otros como tú aún tienen las marcas del cinto en la espalda. El Grabiel, sin ir más lejos. Le lamiste las cicatrices mientras él se sacudía a tu ritmo. El Grabiel fue dulce, dulce como Fiel.
Os ponen en fila contra la piedra. No te acuerdas de cómo has pasado los últimos metros. Te da mucho miedo la muerte. Ojalá creyeras en Dios. Ya se ha hecho de día. Oyes cómo cargan las armas. Antes de que te disparen en el pecho, gritas tu himno que es como una oración. Te caes de rodillas.
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