martes, 4 de diciembre de 2018

El Diario

Tenía el trabajo con el que durante toda su vida había soñado. Cada mañana se sentaba ante el mostrador de una caseta de la plaza de la iglesia y preparaba su sonrisa, sus folios blancos, sus hojas de papel reciclado y su papel para cartas; sus lápices, sus colores, sus bolígrafos y su pluma y su tintero. Entonces, esperaba. En el cartel de la caseta se anunciaba una única frase:


SE ESCRIBE

Ella era la maga de las palabras. Las doblegaba a voluntad, las adiestraba, se las apropiaba, las devolvía al mundo. Ella era una redactora de cartas de amor, una poeta, una copista de inspiraciones. Ella era un diario.

Así que cada día escribía mil páginas para mil personas, vertiendo en cada una de ellas su alma entera, y disfrutaba escuchando a la gente y encontrándoles la palabra precisa, haciendo con el lenguaje lo que un ceramista con sus manos.

La pena venía más tarde, cuando echaba la llave de la caseta. No la habían avisado de lo sola que se iba a sentir, pues, en cambio, a ella no la escuchaba nadie.

***
Modificación de un texto de 2013.

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