En los días que pensaba que ya sabía expresarme, y también en los que no, yo acudía donde hubiera la mayor concentración posible de incomunicados: la biblioteca. Por si encontraba mis palabras en páginas de otros, o por constatar si nadie escribió lo que yo intentaba decir, hojeaba libros, ojeaba sinopsis, recorría los lomos para que un título o un nombre me encontrara.
Una de esas tardes (primavera, un día que se giró de pronto contra todo pronóstico, viento como de noviembre, amago de lluvia cada poco) llegué a la sección N. Claro está, aunque yo aún no lo había visto, me topé con Nabokov. Me cae bien. Era el libro de siempre, Lolita, y tenía pegada al borde una etiqueta con un sello: la silueta simple de unos labios que, en el idioma de icónicos de la biblioteca, quiere decir "erótico".
Lolita. Erótico.
Yo lo leí cuando aún era adolescente y no entendí nada. Había oído que era la gran novela sobre un amor prohibido, atravesada por la pasión sexual, y yo por entonces quería entender el amor, comprender cómo otros viven el deseo y el encuentro. La chica del libro era una provocadora capaz de volver locos a los hombres (enloquecerlos a ellos, una fantasía que sin saberlo compré). La chica del libro, en realidad, es una niña. Yo le sacaba algunos años a Lolita y, aunque aún estaba confusa, no me hizo falta mucho para comprender que aquello no era una novela de amor, ni siquiera de sexo: era una historia de abuso y violencia que Humbert Humbert disfrazaba con cada palabra. Nabokov fue muy inteligente al escribirla.
Lolita no es un libro erótico. Lolita no es la joven que mira por encima de sus gafas de sol a la cámara mientras lame una piruleta con forma de corazón. En la contraportada de esa edición seguían hablando de pasión y amor. De adolescente, yo pensé que no había entendido el libro, pero esa tarde vi que no, que la que se había equivocado no era yo.
Le llevé el volumen a la bibliotecaria, le comenté lo de los labios de la etiqueta, me excusé por si era muy atrevida yo, pero tratándose de la violencia sexual hacia una niña, ¿qué categoría era aquella? Allí mismo, en el templo de los incomunicados, la comunicación funcionó. La bibliotecaria abrió mucho los ojos y comprobó en el catálogo en qué consistía el error. En las bibliotecas de la Diputación de Barcelona, Lolita consta oficialmente como novela erótica.
Quizás alguien me dirá que soy yo, que leo con mis ojos de este siglo, y que si hay sexo hay erotismo, y que me fije en Las edades de Lulú. Yo no me bajo de mi montura. Donde hay violencia no es sexo, sino una arma; "erotismo" viene de "Eros", y en el abuso no hay amor.
La bibliotecaria se quedó el libro y lo guardó bajo el ordenador. Quizás habló con sus compañeros y quizás no. Sea como sea, al menos hubo entendimiento entre las dos.
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