Alguien se encarga de afilar
una por una las estrellas
cuando hace tanto frío
(no sé si será el mismo alguien
que con un paño deja
la luna brillante).
Los planetas también danzan con un giro distinto.
Desde aquí, todos
repartidos bajo una campana de cristal:
pasamos estas noches en un globo de nieve
que nadie se preocupa de agitar,
y por eso no sabemos
movernos,
nos desplazamos sin sentido,
chocamos con las paredes, con los otros;
nos detenemos en medio de un cruce.
A nosotros
nadie nos saca punta
ni nos quita el polvo:
sólo nos frotamos los ojos, incrédulos siempre.
Tal vez así, cuando miramos arriba,
con este frío de metal,
parece que es más límpido el cielo,
y remprendemos el paso
bajo la campana de cristal
(entonces no precisamos que vuelva a nevar).
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