viernes, 22 de mayo de 2020

Consulta sin diván

Aunque sea indirectamente, mi psicóloga y yo siempre hablamos de la felicidad. Hace cuatro años que me visita y y hace tres que me medico. No quiero decir que soy una infeliz, pero sí soy infeliz a ratos, y es una tristeza infecciosa y fuerte que enraíza en los huesos en un segundo y que después no se puede arrancar, porque llega hasta el tuétano. Así que hablamos de la felicidad y de mis planes de futuro, porque yo vivo básicamente en el futuro, ese gran contenedor de esperanzas, esa promesa diaria. Y no sé si hace cuatro años tenía todo tan claro como ahora, pero no iría desencaminada. El futuro, qué salvavidas, sobre todo con un pasado tan doloroso. Espero seguir viviendo tan sentidamente, pero rezaría para detener las desgracias. He tenido muchos momentos luminosos que me producen tanta nostalgia... A cada segundo me alejo, y lo detesto, pero siempre he extrañado el futuro.

Y estamos con que últimamente no hay futuro. O sí lo hay, pero lejano: ese futuro de trabajo estable y casa nueva y boda e hijos alegres y sanos. Mientras tanto, ahora es un presente constante, como el pasillo de un hotel, sin más perspectiva que despertarme mañana y tal vez variar un punto de hoy; tal vez ponerme un vestido o regar las plantas o terminarme el libro tan rápido. Enclaustrada en este universo minúsculo entre el portal y el terrado, vivo sin pausa la dilatación del tiempo. Y no es por esta situación extraña, pero hace días que creo que estoy menos triste o que, al menos, si la tristeza me acompaña fielmente, es normal; una pena normal para mí y quizás desesperante para cualquier otro, pero al fin comprendo la medida de mis ganas de llorar.

Y también hablamos siempre de mi madre. ¡Cómo no! El gran pilar de mis días, el recuerdo absoluto, el tesoro de las memorias y las fotografías. Y me ha preguntado mi psicóloga si creo que mi madre estaría tranquila viéndome así. Mi respuesta es franca: cuando me hundo pienso precisamente en estar defraudándola de algún modo. Creo que Borges lo dijo mejor que yo (y a todos os remito a El remordimiento), y a veces, cuando estoy bien, también me acuerdo y me imagino a mi madre sonriendo por el bienestar de este preciso momento. Mi psicóloga me ha dicho que no hay que poner presión a mi felicidad. Me figuro que, después de todo, la respuesta la encontraré en una cuestión bien simple: "si yo fuera mi mama, ¿qué querría para la felicidad de mi hija?".

Se bajan las persianas, se cierran las puertas, se hace tarde. Las agujas del reloj siempre avanzan en el mismo eje, marcando cifras blancas y cifras negras. Poco a poco espero consultar la hora cuando den en punto las blancas, aunque sea coincidencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario