jueves, 26 de marzo de 2020

Tanatografía

Cuando era pequeña, como me daba miedo que tras la vida no hubiera nada, decidí no creer en la muerte para que, si existía, me pillara por sorpresa.

Entonces falleció mi abuela y yo tenía nueve años, luego mi tío y yo tenía trece años, luego mi abuelo y a los dos meses mi otro abuelo y yo tenía dieciséis, después mi otro tío y yo tenía que empezar la universidad; y, hace más de un año y medio, aunque se me haga eterno, aunque me parezca ayer, mi madre, a cinco meses de cumplir mis veintiuno.

La abuela que me queda está tan senil, está tan sin remedio, tan sin vida, que lo mejor que puedo desearle es el tránsito al otro lado. Y yo tengo veintidós años.

Ahora tengo que creer en la muerte aunque me aterrorice la nada, así que deseo fervientemente que después de vivir haya un reencuentro de almas. Nos va la vida en ello.

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