Es solitaria esta almohada.
Me imagino que es tu pecho
y escucho tus latidos desde mis mejillas,
y el corazón te alza el vuelo,
ruidoso de tan cerca,
como cuervos,
y suave e intenso como besos.
Tienes el ventrículo tibio.
Está encerrado en tus costillas
un vergel mullido y vibrante
como las alas de un abejorro
más torpe que mi torpe
forma de quererte.
Ah, qué dulce,
y cómo pincha tu suspiro.
En tu torso tiembla un tambor del infinito.
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