jueves, 8 de mayo de 2025

Columba livia

A las palomas,
las sucias palomas de la ciudad,
con sus alas grises y negras a veces
y el cuello iridiscente,
o blancas y pardas como un otoño suave
quisiera decirles
que las veo,
las estoy viendo
cuando se atusan las plumas en el poste de la luz
y caminan tan divertidas aunque una pata sea un muñón,
aleteando esquivan la muerte por un segundo
y zurean tan hinchadas dispuestas para el amor.
Las miro.
A veces en el suelo las he visto muertas,
las gaviotas las matan, se las comen, las picotean
para dejar sobre la acera una ala solitaria
con su sangre desgarrada y su poquito de hueso blanco que asoma como una margarita en el asfalto.
Yo las veo, a las palomas.
¿Tendría que sentir asco?
Por ahí se afanan y revolotean en este mismo espacio que yo piso mientras vivo.
Me han dicho que tienen pulgas y que son una enfermedad voladora.
Hace tiempo las usábamos para el correo, para la guerra.
Las palomas de esta ciudad se hacen nidos mullidos entre los pinchos que ponen para herirlas y espantarlas.
Yo las miro, las estoy viendo.

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