Con las prisas de la mañana ocurre
que una no tiene tiempo para ver bien.
Me subí al vagón del tren corriendo,
y había un hombre con el pelo cano,
y estaba encorvado sobre una libreta A5
y leía líneas en boli de páginas a cuadros,
y era esa caligrafía que tienen las personas mayores.
Él no me vio.
Ocupaba el asiento bajo, abatible;
y detrás, a su lado, un carro lleno de cajas y bolsas,
con la americana oscura echada por encima para taparlo.
Y de dónde era ese hombre, si era su vida lo que llevaba en el carro,
qué decía su cuaderno abigarrado,
adónde iba tan temprano,
todo eso me lo pregunté
cuando ya me iba por la puerta,
subía las escaleras mecánicas a saltos,
sorteaba a todo el mundo para llegar en hora al trabajo.
Ahora que ando hacia casa,
con toda la tarea que voy cargando,
pienso en la cabeza blanca sobre la libreta.
No sé qué hará él mientras tanto.