Era la hora sin sombras: las cinco de la tarde a finales de noviembre. Anduve por los huertos del río. Las cabras y las ovejas corrían al silbido del pastor. Una furgoneta
levantó a su paso
el
polvo
del
camino.
Coles oscuras, plantas de habas, alcachofas como flores prietas,
las manos en los bolsillos.
Entonces,
el sol se inclinó como tenemos la suerte de que lo haga,
y brilló sobre el agua de las acequias,
el cielo azul y rosa y naranja y blanco y rojo
reflejado en el canal.
Yo quise
escribir todo eso.
Quería escribirlo, pero quién
es capaz de ello
sin apartar vista.
Lo único que pude hacer
fue contemplar