Me gusta poder quejarme y
lamentarme y
que alguien,
si viene,
se siente conmigo un rato en el suelo
y escuche,
que coja esa
intención de oro y
por ella se detenga a comprender
cuál es el plañido.
Después, quizás,
nos pondremos en pie,
pero esa mano tendida
que en vez de tirar
es un abrazo
es algo que conmigo
en mi pecho llevaré.
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