lunes, 13 de junio de 2022

De los ojos

Me pregunto si los ojos del niño o los ojos del perro ven el cielo adornarse como yo lo veo. Acaso, si no me hubiera muerto tantas veces, no sería capaz de encontrarle en el color lo bello, entre las farolas y los cables del tendido eléctrico. Me planteo también si la inocencia es capaz de oír silbar los trenes así como me besan los oídos, o si siente el viento en el vello de los brazos como si fueran una espiga verde y tierna, y el olor de la lluvia que ha de caer en la nuca, y el frío horrible y fino debajo de las uñas. Si yo no hubiera muerto tantas veces, ¿sería posible que viviera tanto así estando quieta? ¿Sabría encontrar versos en el silencio de una vista? ¿Menguaría para crecer tanto durante mis horas contemplativas? Tal vez, como el niño o el perro en su inocencia, simplemente existiría, jugaría un rato con el aire y, después, me echaría la siesta, pero observando los amaneceres, los campos recién sembrados, la pintura en las farolas, las grietas en el asfalto, también tengo mi rato cómplice con el aire, también duermo un trocito de tarde y, simplemente, existo, aunque ya haga tantas veces que me he muerto.