Aterida yo
y las noches que pasan
en su vasta indiferencia
de oscuridad helada;
y las estrellas están mudas
o soy yo, que estoy ciega,
nada ya me dice nada,
sigo sobreviviendo a tientas.
Y si yo tuviera una casa
cuatro paredes, por estrechas que fueran,
el frío sería distinto;
tendría las luces apagadas
fuera del escaparate
del cajero de noche y sus luces blancas.
Nunca se sabe a ciencia cierta
si es que va a llegar el mañana,
y entre polvo y bancos y aceras
la incertidumbre me atenaza.
La luna recorre el cielo
con su eterna absoluta desgana,
arrastra tras de sí el sol
y la frialdad anquilosada.
Aterida yo,
aterrorizada.
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