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| Corresponder, ser correspondidos |
sábado, 27 de junio de 2020
domingo, 21 de junio de 2020
La Jamelga
Todo el mundo la llamaba así por su forma de andar. Mis padres me contaron una vez que siempre había caminado de la misma manera; al menos, desde que ellos pueden recordar. Parecía que las rodillas fueran a cederle en cualquier momento y ella fuera a terminar derribada penosamente en el suelo, sin posibilidad de volver a ponerse en pie.
El mal nombre se lo pusieron mucho antes de nacer yo y de que nacieran mis padres, y la gente se olvidaba a menudo de cómo se llamaba realmente. Me acuerdo de una tarde de otoño, pegajosa y húmeda, en el patio de la casa, sentada en la silla de mimbre y con el cabello rezumando vinagre, en la que le pregunté a mi abuela por la Jamelga y ella me explicó algunas historias sobre la mujer, que por aquel entonces ya no era joven, pero tampoco vieja. Yo era bastante pequeña, pero ya había escuchado muchas de aquellas anécdotas. Aquel día, sin embargo, mi abuela me dijo el nombre verdadero de la Jamelga.
Corrían muchos cuentos sobre ella y todos, sin excepción, eran tristes, hasta el punto de que toda la gente del pueblo parecía compartir un sentimiento de compasión por ella, aunque eso no impedía que la llamaran así. Cuando pasaba por delante del bar, los parroquianos se aseguraban de que ya no pudiera oírlos antes de decir: "pobre Jamelga, qué vida perra". Incluso los de mi edad lo decían, tal era la fama de sus miserias.
En otra ocasión, al ver alejarse por la calle a la Jamelga, le pregunté a la abuela por qué, con todas las desgracias que le habían sucedido en el pueblo, y teniendo en cuenta que la mayoría aprovecha la mínima para mudarse, no se había marchado. "Nadie lo sabe, hija, pero todos damos por hecho que es por lo mismo por lo que anda así". "¿Por qué?". "Por la pena". Y entonces recapituló de memoria los títulos por los que se conocían las historias de la Jamelga: la orfandad, el novio muerto, el aborto, el embarazo sin padre, el accidente, la paliza, la pensión mísera, y la más nueva: el robo. Hacía un par de semanas que alguien había forzado la puerta de la casa de la Jamelga y se había llevado lo único de valor que allí había: su cadena de la comunión, el último regalo que le hicieron sus padres. Desde entonces, por imposible que suene, su sombra era todavía más alargada.
A veces, en distintos momentos del día, me pregunto qué estará haciendo ella. ¿Estaremos cenando con cubiertos iguales? ¿Se irá a dormir a la misma hora que yo? Y cuando la veo pasar, después del cortés saludo, me pregunto qué pensará. Algún día la he visto hablando con este o aquel vecino y aún me sorprende oírla discurrir de cosas tan normales. Con la carga que lleva, ¿cómo es capaz? Por la región de nuestros pueblos se usa mucho la expresión "más triste que la Jamelga", pero no sé si sus historias las sabrán todos los que la digan.
Pienso que, si yo tuviera su vida, me hubiera ido, pero tal vez lo que me pasa es lo mismo que a todos los demás: estoy loca por marcharme y, en el fondo, no sé nada de su tristeza. Sí sé una cosa segura en cuanto a ella: cuando por fin me vaya a vivir a otro sitio, cuando entierre a mi abuela y a mis padres, cuando yo misma duerma bajo tierra, por estas calles seguirá caminando María Elena, alias "la Jamelga", con su sombra tan larga y su estela de pena.
martes, 9 de junio de 2020
Microrrelato-s (V)
No se ofendan, es un juego de sentidos.
ESPUMITA: Una historia de cuando era pequeño: creían que me estaba dando un ataque de epilepsia, pero es que mis padres eran muy responsables y yo muy malhablado.
COSMÉTICA: Últimamente uso el esperma de mi chico como crema facial, dicen que te rejuvenece. Se lo conté a mi amiga y me dijo que eso era tan asqueroso como usar para lo mismo sangre de niños. Nunca puede discutir una con una provida.
INTERNACIONAL: Lo peor de liarse con un inglés es que no entiende lo mismo que yo cuando le pido un beso francés.
SEXO DURO: Con cada penetración sentía que me taladraba, pero más tarde me confesó que sólo usaba una navaja.
CORREDOR: Me han preguntado qué quiero cenar mañana y me apetece algo bien jugoso. Como no creo que puedan cocinar la carne que hay en el congelador de casa, hablaré con el guarda por si pueden apañarme mi plato favorito: asado de glúteos, esta vez hecho con los míos propios.
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