jueves, 9 de enero de 2020

Prescripción

Anoche leí un poema impertinente:
se burlaba de mis pastillas
(o no de mis pastillas, pero sí
y sin duda de unas similares).

Tomo unas rosadas
(¿se burlaría también de ellas?)
que me prometen sin fallos
cada treinta días
mi sangre fértil.

Dejé de tomar las que vienen ahora,
pero saben a limón y suenan
a nana para mis noches eternas
de estar bajo la manta y ver
fantasmas sin sábanas.
Se mastican y luego se tragan
y al poco viene el borboteo
del grifo extraño del sueño.
No puedo seguir durmiendo de día:
la vida comienza por la mañana,
lejos del enjambre de las estrellas ensangrentadas.

Y las últimas
(sé a ciencia cierta
que de estas se reía)
son el seguro
para que haya regla programada
y sacar este cuerpo de la cama.
Ahora son gotas y tomo
tan pocos miligramos como creo
y saben a menta
y tres de ellas bastan para adormecerme la lengua
y tal vez un par más que guarden la puerta
entreabierta de mis cadenas
aunque a veces me posean
y me sienta sangrar y levantarme
no quiera.
Me hormiguea la lengua
a cambio de un poco de sol y agua,
a cambio del pulso de estar despierta.

Nunca voy a matarme.
Vivir, más no quisiera.
¿Y qué si mis pastillas
me alientan en la carrera?

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