Es bonito el sexo. No sé para qué vuelvo a articular el discurso, si quienes me preguntan al fin y al cabo responden sin entender.
Es una suerte. Nacemos, morimos, y entretanto hay ratos de placer. Y es buena fortuna, así que me estremezco, claro, con esas etiquetas que lo afean.
Siempre hay amor en el sexo. No hablo de violaciones, hablo de sexo. Amor por uno mismo, por el calor y por el contacto; a veces, amor por alguien más. Y es una buena fortuna amar(se)(lo)(te).
Para un rato de placer antes de morirse y hay quien se empeña en mancharlo. Las palabras existen para usarlas, me dicen. Qué obviedad, y no las usan todos.
Cualquiera puede arrojar una piedra a la ventana, y en recogerla de la tierra siegan la flor.
¿Y qué si es esporádico, duro, salvaje, sin más, despecho, masturbación? Es sexo y una de las perlas brillantes de nuestra condición. ¿A qué tanto discurrir añadiéndole a la historia otra pátina de mugre con las mismas letras de un insulto?
Ustedes hablarán como quieran; también yo bajo la etiqueta suya de cerrazón. Acuéstense, siéntense, levántense, retocen, culminen como les plazca, y sepan que la postrera llega y que la suerte que tuvieron hay que abrillantarla. ¿Que escojan escupir en ella con sus palabras? Voluntad suya. Sólo pido que ante mí no la enturbien y, en sus ratos libres, después de las preguntas, ya ustedes por no querer sigan sin entender.
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