Guardas en los ojos
todas las grandezas de la existencia.
Te alumbró la noche
hermosa y te coronó
con haces de luna en las mejillas.
Tienes los labios
tiernos de almíbar, y sabes
a cartas viejas y a canciones bonitas.
En tu pecho palpita la vida
y te riega los hombros
y las manos y las piernas
en destellos azules
como tu mansa tristeza
(o como tu sonrisa de nácar
y tu respiración de arena).
Eres de la tierra
el fruto insigne,
la resistencia de las ramas,
la blandura de las raíces;
y de tus venas ardientes brotan
retoños de hojillas de mañana, verdes
de esperanza y ebrias de maravilla.
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