martes, 28 de octubre de 2025

Me pego un tiro

Veo los platos sin fregar.

Me quiero pegar un tiro.

La ropa mojada en la lavadora,

me pego un tiro.

La basura que se amontona y se me olvida bajar,

me pego un tiro.

Pensar qué ceno cada noche,

me pego un tiro.

La reunión de vecinos en el párking,

me pego un tiro.

No logro conectar con los alumnos,

me pego un tiro.

Aún no he llevado el edredón a la tintorería,

me pego un tiro.

Campaña de la Renta 2022,

me pego un tiro.

Me arrastro como puedo y,

si no puedo,

me arrastro

(a veces me echo un rato),

y luego me pego un tiro.

Llega la noche,

me acuesto con todos los pesares,

con esa cotidianidad que me apolilla

y lloro un rato. Existen cosas bonitas.

Mañana haré lo mismo.

Os quiero mucho a todos.

No me pego un tiro.

(03 nov 2022)

jueves, 8 de mayo de 2025

Columba livia

A las palomas,
las sucias palomas de la ciudad,
con sus alas grises y negras a veces
y el cuello iridiscente,
o blancas y pardas como un otoño suave
quisiera decirles
que las veo,
las estoy viendo
cuando se atusan las plumas en el poste de la luz
y caminan tan divertidas aunque una pata sea un muñón,
aleteando esquivan la muerte por un segundo
y zurean tan hinchadas dispuestas para el amor.
Las miro.
A veces en el suelo las he visto muertas,
las gaviotas las matan, se las comen, las picotean
para dejar sobre la acera una ala solitaria
con su sangre desgarrada y su poquito de hueso blanco que asoma como una margarita en el asfalto.
Yo las veo, a las palomas.
¿Tendría que sentir asco?
Por ahí se afanan y revolotean en este mismo espacio que yo piso mientras vivo.
Me han dicho que tienen pulgas y que son una enfermedad voladora.
Hace tiempo las usábamos para el correo, para la guerra.
Las palomas de esta ciudad se hacen nidos mullidos entre los pinchos que ponen para herirlas y espantarlas.
Yo las miro, las estoy viendo.

lunes, 21 de abril de 2025

HSV

Después de un tiempo soñándolo, por fin estás en Seúl. Encontraste vuelos directos baratos hace unos meses y eso fue lo que decantó la balanza. Estás felicísima de verte aquí, es como tener un sueño lúcido todo el tiempo y sabes que todo va a pasar demasiado rápido, y de golpe te plantarás en el sábado a las 06:45, cogiendo el autobús-lanzadera hacia el aeropuerto internacional de Incheon para soportar un vuelo de quince horas hasta El Prat - Josep Tarradellas, pero habrá valido la pena. Hoy mismo, esta mañana, habéis paseado por el arroyo Cheonggyecheon, precioso, queda muy cerca del hotel. Ha sido el primer día de buena temperatura desde vuestra llegada. Por el camino habéis visto tres garcillas; una tenía una pluma larga en la coronilla y parecía que se había hecho una coleta. Te está encantando Seúl.

Por la noche (os estáis yendo a dormir a una hora realmente indecente por el jet lag) notas picazón en el labio y te levantas corriendo para mirarte en el espejo del lavabo. Ves las malditas ampollitas, aún inofensivas. Esto te amarga la vida. No tienes alcohol para empezar a secarte el brote. Está contraindicado, pero a ti es lo que te sirve combinándolo con el aciclovir: bañas un algodoncito en alcohol y lo dejas empapándote el labio durante unos minutos varias veces al día, y así has conseguido algunas veces que no llegue a reventar el herpes. Tampoco tienes aciclovir, y al día siguiente tardarás mucho en dar con una farmacia porque en la zona del Bukchon Hanok Village no hay, y es lo que toca visitar por la mañana.

Odias tener herpes, lo cambiarías sin dudar por un cólico menstrual. Desde hace unos años, te acuerdas de una cosa cuando tienes un brote. Bueno, ahora que te has leído El Evangelio, de Elisa Victoria, te acuerdas también de que a Lali, la protagonista, le gusta tener herpes. Tú nunca vas a ser esa chica, tener herpes es la Mayor Mierda™, y deseas tanto que encuentren y administren una cura antes de que te mueras que te dan ganas de ponerte a rezar, aunque no sabes rezar. ¿Por qué te habrá salido esta vez: por la regla, por el estrés del vuelo?

La otra cosa de la que te acuerdas cuando te sale un herpes te pasó con veintiún años recién cumplidos, en la academia de inglés en la que trabajabas. Tenías un compañero que no te caía bien. No te acuerdas bien de su cara, pero crees que se daba un aire a Milhouse, quizás. Tampoco te acuerdas del nombre. ¿Jaume, tal vez? Te suena que era algo similar. Cuando erais estudiantes, un par de años antes, este Jaume iba a la misma clase en la academia que tu novio de entonces. Cuando lo dejasteis, el muy gilipollas le dijo a ti novio: "¿Y no te cabrea imaginártela follándose a otros?". Lo sabes porque tu ex te lo contó. Erais amigos a pesar de la ruptura. Te enfadaste tanto que quisiste ir a partirle la cara, pero tu ex te calmó un poco. Igualmente, desde entonces se la tenías jurada a Jaume, y cuando te enteraste de que ahora erais coworkers (por el amor de Dios, this is an English academy) casi te pones a vomitar, otra guinda más en el pastel de ese puñetero año. Es un tío que va a discutirte durante tus quince minutos de descanso que te guste más la versión en inglés de Con Valor de Mulán. También te hace comentarios alguna vez aparentemente inocuos para no poder acusarlo, pero lo suficientemente lascivos para que te quede claro que, cuando le dijo aquello a tu ex, se imaginaba a sí mismo contigo.

Un día llegas a la academia con un herpes, como si no tuvieras suficiente. Es el tercero ya en lo que va de año. Mientras preparas un poco la clase, él te mira desde la puerta de tu aula. "¿Qué habrás hecho para que te salga? What a bad girl". Lo dice sonriendo como el gilipollas que es. Lo miras sin pestañear, te imaginas todas las maneras para vengarte posibles. "Wouldn't you like to know". Te acordarás toda la vida de esto, cada vez que te salga un herpes aparecerá la vaga y francamente olvidable imagen de Jaume en el quicio de la puerta insinuando que tienes un herpes porque eres una guarra. También aparecerá la nítida fantasía de hundirle las uñas en el cuello y arrancarle la yugular, incluso ahora, en la cama del hotel en Myeongdong, recién despierta, feliz porque en un rato vais a ver Itaewon.

miércoles, 22 de enero de 2025

El hombre del tren

Con las prisas de la mañana ocurre
que una no tiene tiempo para ver bien.
Me subí al vagón del tren corriendo,
y había un hombre con el pelo cano,
y estaba encorvado sobre una libreta A5
y leía líneas en boli de páginas a cuadros,
y era esa caligrafía que tienen las personas mayores.
Él no me vio.
Ocupaba el asiento bajo, abatible;
y detrás, a su lado, un carro lleno de cajas y bolsas,
con la americana oscura echada por encima para taparlo.
Y de dónde era ese hombre, si era su vida lo que llevaba en el carro,
qué decía su cuaderno abigarrado,
adónde iba tan temprano,
todo eso me lo pregunté
cuando ya me iba por la puerta,
subía las escaleras mecánicas a saltos,
sorteaba a todo el mundo para llegar en hora al trabajo.
Ahora que ando hacia casa,
con toda la tarea que voy cargando,
pienso en la cabeza blanca sobre la libreta.
No sé qué hará él mientras tanto.

jueves, 24 de octubre de 2024

La primera vez

LA PRIMERA VEZ

todavía era muy pequeña,

tenía

nueve años, más o menos.

Por la puerta entraba la luz azul,

el volumen bajo de nuestra tele cuadrada.

Yo daba vueltas, dejaba

las sábanas hechas un nudo,

y era difícil respirar,

era difícil concentrarse

en estar viva

porque acababa de sentir en todo mi cuerpo

que cuando te mueres

después no hay nada,

nada,

nada. Y no

tengo todavía ninguna forma de comprobarlo

(¿es que quisiera hacerlo

acaso?),

pero aquella certidumbre mortal de entonces,

las lágrimas, el agobio, el terror infinito

y el abrazo de mi madre,

no, tampoco lo olvido.

Ella me dijo que no lo sabía,

que, en realidad, nadie puede saberlo,

pero que lo que contaba en la vida era vivirla,

y si la vives quizás dará igual lo que haya luego.